Conversatorio por la Shacsha
Por Lic.
Danny Roy Abanto Cachy.
S
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iendo Cajamarca uno de los escenarios geográficos más variados,
con el mayor número de áreas naturales protegidas en el Perú, y un sin número
de restos arqueológicos, esconde aún escenarios para ser visitados y puestos en
valor, que por ser discreta y no opacar a las demás regiones de nuestro país se
mantienen ocultos; sin embargo hoy se abre paso sigilosamente con pocos
detalles fotográficos impresos en afiches o folletos turísticos, para
mostrarnos una nueva maravilla: La Shacsha, cuya belleza escénica, paisajística
es deslumbrante, portadora de una diversidad de matices y colores de rayos
matutinos, que afloran la gran variedad de especies de flora silvestre, cuyas
nubes comunican desde lo más alto la venida de la lluvia, despertando a la
fauna que allí alberga, con silbidos, gritos, chipeos, rechinos, gañidos,
piidos, se van escuchando de cerca o a lo lejos. Un ecosistema de música, lleno
de fragancia, custodiado por enormes gigantes de piedra posados a más de 4 000
m.s.n.m, que hablan y que escuchan nuestras intenciones al momento que el
hombre del campo o de la ciudad menciona su nombre; es el eco que trasmite el
sonido del alma, como el pico alargado de un colibrí al chupar el néctar de una
de las flores tubulares existente como joyas de vida en este recinto oculto por
la mezquindad y la indecencia del hombre. Allá va una perdiz (Nothoprocta pentlandii), y detrás un águila (Geranoaetus melanoleucus) con gañidos rechinantes en
busca de su presa al igual que una gargacha (Colaptes rupicola), que esconde la cabeza para no ser vista, y comerse unos
cuantos insectos que pululan entre palos, pastos, y hierbas que atraen a estos
simpáticos bichos. Existe armonía con un destemplado y no tan rígido violín que
cae y nace entre las rocas como maná para uno y otro ya sea residente o visitante,
es el agua pura y cristalina en su forma natural donde aletean las aves y
sorben pequeñas gotas de agua que fluyen en medio de la orquesta sinfónica
llamada naturaleza. Allí el aire corre y se detiene, toca la piel, un contacto
poco descrito o dispuesto como la mesa redonda de quienes la han visitado al
lado de los comuneros del anexo La Shacsha, Los Tres Tingos, Baños del
Inca, cuya alegría al notar nuestra presencia hacen reír y encrespar a las
aves. Es la mesa nuestro conversatorio con trigo, papa y cuy, dispuesto en
plato como la luna llena, llena de esperanza para mejorar su vida, la de un
pueblo, lleno de agua bendecida desde los cielos, que han roídos millones de
años enormes piedras que dan forma a diversas figuras, que concentran en
diversos sectores esponjas hídricas conformada por una comunidad de herbáceas,
que por la gravedad discurren superficial o interiormente agua, hasta llegar a
puntos de encuentro como lo es una quebrada que enlaza las faldas del cerro, o
los manantiales más abajo, donde además se divisa una pequeña laguna y
reservorios para cultivos y ganado, y cientos de pinos para ganar unas monedas
para un futuro prometedor. Señores qué más podemos decir, sólo pongámonos a
trabajar por La Shacsha, un paraíso desconocido.
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